El verano del norte—entre nubes que juegan al escondite con el sol, brisas marinas que se cuelan por las calles y cambios de temperatura de un día para otro—merece mucho más que un look bonito. Merece un ritual para sentirse bien.
Hay veranos que parecen de revista, con coordenadas exactas para lucir el vestido perfecto, casi como postales del Mediterráneo. Y luego está el verano del norte. Asturias, julio: El cielo juega al escondite; un día se despeja y al siguiente te deja buscando el jersey olvidado en el maletero. Por eso, más que de tendencias, aquí se trata de construir pequeñas fórmulas personales que sobrevivan al clima, al estado de ánimo y a la luz en cambio constante.
Mi verano se ha dibujado en cuatro escenas, cuatro combinaciones que se repiten como una especie de ritual. Tejidos que respiran, colores que hablan de mí y gafas de sol que, por alguna razón, este año se han convertido casi en un amuleto.
Falda midi vintage, y la luz del atardecer
Primera escena. Hay prendas que, sin buscarlo, se convierten en una extensión de ti. La falda midi es una de esas prendas para mí, y lo es verano tras verano. Mi favorita de esta temporada, y de la anterior, es de una tienda vintage de Barcelona y mezcla estampados de cebra con tonos tierra. La suelo llevar con un top de tirantes sencillo, marrón o beige, a veces negro o incluso rojo.
En Asturias el cielo es quien marca el código de vestimenta; lo he aprendido por las malas. Algunos días amanece con ganas de verano y a media tarde te suelta una ráfaga de viento frío que te obliga a improvisar. Por eso, camisa blanca ligera en el bolso y botas cowboy en los pies. No son sólo estética —aunque un poco sí, no vamos a mentir—, sino una respuesta práctica aprendida tras varios veranos asturianos.
El tejido es esencial: lino, algodón grueso, viscosa con caída. Nada que se pegue, nada que agobie. Mis veranos entre el Mediterráneo y el Cantábrico me enseñaron rápido a elegir con cabeza.
Con los años he aprendido a huir de las telas que parecen prácticas, pero se sienten falsas, y a buscar esa frescura real que sólo da lo natural.
Bermudas, rojo y el poder del detalle
Segunda escena. Hay prendas que funcionan sólo si te las crees.
Las bermudas, en mi caso, son una de esas. No todas, claro. Suelo escogerlas con algo de estructura, en denim normalmente, que rompan un poco con ese aire veraniego más ligero y fluido que suelo llevar el resto del tiempo.
No siempre fui fan de las bermudas —o jorts, como les llaman ahora—. Al principio me costaba verles el encanto, pero con el tiempo me han acabado conquistando. Supongo que por ese aire despreocupado que tienen, como a medio camino entre lo formal y lo deshecho, y que encaja bastante con lo que busco últimamente.
Y llamadme aburrida, pero siempre las combino con un top rojo, supongo que hay colores que se te quedan pegados. A veces lo cambio por un pañuelo anudado. Pero eso sólo pasa cuando hace el suficiente calor en Asturias. Es decir, dos veces por verano. O cuando me voy a pasar algunos días a Barcelona y aprovecho para sacar a pasear la ropa de “verano, verano”.
Los mocasines con calcetines finos rematan normalmente el conjunto. Puede parecer un detalle pequeño, pero marca la diferencia. Calcetines blancos, grises o con un toque de color, siempre buscando esa mezcla entre lo clásico y lo inesperado. Igual que la flor en el pelo.
Y eso, al final, es lo que busco: ropa que hable de mí sin tener que explicarlo todo el tiempo.
Esa falda mini que no se va de tu armario
Tercera escena. La falda mini vaquera, una de esas que nunca se van del todo. La mía tiene ese gris oscuro que ya no es gris, gastado por el fluir de los veranos anteriores.
La típica falda que un día de abril pensabas vender y en julio te salva la vida.
No tiene secretos: bajo deshilachado, cinturilla firme, ningún detalle que distraiga. Denim de verdad, del que pesa un poco al principio y luego se adapta a ti.
La fórmula no tiene misterio: falda mini vaquera, camisa ligera o camiseta blanca si aprieta el calor, bolso pequeño que casi siempre es el mismo, de esos que ya no cambias porque van con todo. Zapatos, lo que toque ese día. Sandalias, botas, mocasines. No hay que darle más vueltas. Ese día llevaba también las gafas de sol de siempre, las que acaban en todas las fotos, aunque no me dé cuenta.
En los editoriales de verano 2025 se habla mucho de la falda mini vaquera como tendencia, pero la realidad es que es de esas prendas que simplemente vuelven porque siempre estuvieron.
La falda blanca larga protagonista de cada verano
Cuarta escena. La falda larga blanca de siempre. No hace falta pensarlo demasiado. Algodón con mezcla de lino, de esas que tienen peso y vuelo al mismo tiempo, que no se pegan pero tampoco flotan de más. La he llevado tantas veces que ya no sé a qué asociarla: igual sirve para bajar las calles de Asturias, para cruzar el Born en Barcelona o para perderme por París.
El día que hicimos la foto, lo tenía claro: top de tirantes marrón oscuro, la falda blanca y el jersey verde de punto fino que siempre llevo encima, porque en el norte el aire cambia de un momento a otro. Pero ese día Asturias decidió salirse de lo habitual. A media tarde, el termómetro subió a treinta y cinco grados, como si el verano se hubiese confundido en el mapa. El jersey acabó doblado en el bolso y yo, con las botas cowboy, preguntándome por qué no había salido directamente en sandalias.
Y aun así, la falda no molestaba. Eso es lo que me gusta de ella: que, aunque el día no se parezca al que imaginabas, sigue estando bien. No aprieta, no se pega, no pesa. Da igual si las revistas dicen ahora que vuelven las faldas largas blancas, que la llevan Ganni o Sézane este verano. Para mí, siempre estuvieron ahí.
Al final, lo que queda no son los outfits en sí, sino las escenas en las que se repiten. El verano del norte no se parece al del sur, pero en el fondo la idea es la misma: vestirse para vivir. Y si además encaja en una foto, mejor. Pero primero, que encaje contigo.
Me quedo con eso. Con esa calma rara de saber qué ponerme sin pensarlo demasiado. Y con la sensación de que, cuando me mire el próximo julio, seguiré repitiendo las mismas escenas, con la misma falda blanca y las mismas gafas, aunque el día vuelva a sorprenderme.
- Un artículo de Andrea Hernández -